por Ricardo Gondim
Señor, tú habitas en lo inaccesible y operas en el misterio. Sé que te acercas al contrito y humillado, por eso, te pido: Oye mi clamor, pues mi pecado está delante de mí y no ostento ninguna virtud para ser aceptado por ti. No pretendo impresionarte con falsas omnipotencias, estoy carente de tu misericordia.
No te imploro que me eximas de las contingencias de la vida. Estoy dispuesto a transitar existencialmente por caminos llenos de hoyos y remiendos. Desisto de imaginarme resguardado y que no experimentaré percances, enfermedades, muertes o angustias. No, mi Señor, no espero una suerte mejor que la de millones de hermanos míos.
Cada vez que intento orar por algún favor material, me siento pésimo. Me acuerdo del Sermón del Monte, y por reconocer tu cuidado y tu gracia me prohíbo pedirte comida y vestido. ¿Cómo puedo suplicar que te concentres en mi cuando existen millones sufriendo miserablemente alrededor de las grandes ciudades? No puedo considerarme único cuando existen innumerables ancianos muriendo antes de conseguir ser atendidos en los hospitales públicos. Dame la gracia de buscar en primer lugar tu Reino.
Soy un pequeño burgués que nunca podría pedirte cualquier beneficio por encima de los que ya tengo. Antes de golpear a tu puerta, me asalta la visión de las madres cargando a sus hijos con parálisis cerebral hacia interminables sesiones de fisioterapia; veo las casas de barro sin alimento; no puedo evitar las escenas de niños con latas de agua sobre la cabeza. ¿Cómo ansiar por privilegios cuando existen Darfur, Luanda, Nampula, Mumbai, Pirambu y tantos lugares olvidados?
Espero de ti un corazón de poeta, que sufre con la angustia no percibida de los hambrientos. Dame una ira profética para encarnar tu furor delante de la injusticia. Te imploro el saber del científico social para explicar los porqués de la rapiña del sistema económico salvaje que promueve tanta desgracia.
Quiero allegarme a la sala del trono y acercarme al misterium tremendum, donde los ángeles esconden el rostro, para oír de tus labios el mandato de llevar adelante tu causa. Dame tu Espíritu para que nunca me intimide ante la mirada circunspecta del despreocupado. Permite que encarne tu poder compasivo y exprese tu misión.
Aspiro a un corazón manso y un espíritu tranquilo para vivir con integridad. Espero poder extender mi mano a quien cayó a la orilla del camino. Reconozco que muchas veces me acobardo ante la agonía humana. No quiero esconderme detrás de afirmaciones religiosas. Si evito arrodillarme delante de los peores pecadores para no lavarles los pies, no soy digno de llamarme tu discípulo.
Por eso, necesito aprender el significado más profundo de lo que significa participar de tus sufrimientos. Si aún no asimilé el valor de dar la vida para ganarla, de perderla para hallarla, es porque no aprendí que el grano de trigo necesita morir para dar mucho fruto.
Te pido que me ayudes a enfrentar valientemente los riesgos y las contingencias de este mundo peligroso, hostil e imprevisible. Entiendo que vivir sin apelar a socorros mágicos y extraordinarios sigue siendo demasiado difícil para mí. Así que instrúyeme, y tu Palabra será suficiente para que yo organice mis decisiones. Espero poder afirmar: me bastan tus verdades y principios para que yo sea más que vencedor.
En momentos tristes, ayúdame a repetir las palabras de Jesús: “Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: ‘Padre, sálvame de esta hora difícil’? ¡Si precisamente para afrontarla he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!” (Juan 12:27-28). Necesito de tu compañía para resistir la tentación de esperar rescates que me libren de la arena de la vida. Si así fuera, sería un cobarde.
No quiero que tus enemigos digan que yo te sigo como una escapatoria. No pretendo vivir alimentando ilusiones en nombre de la esperanza.
Padre, pon un guarda en mis labios, para que no fluyan palabras irresponsables cuando hable contigo. Sé que puedo tener el mismo sentir que hubo en Jesús que se vació de toda pretensión omnipotente para darse amorosamente por sus hermanos.
Silenciosamente me postro y te suplico: Ayúdame a andar humildemente a tu lado, haciendo el bien y practicando la justicia, y eso será todo.
Amén.
Soli Deo Gloria.
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